El videojuego como instancia contemporánea del juego –la más llamativa quizás–, sufre dolencias propias del contexto socio cultural en el que está subsumido. Entre otros males, padece de extremados procesos de racionalización. Bajo el paraguas de solemnidad que le aporta al juego el marco de los análisis sistémicos, de sus características formales como entidad procedural, hemos visto surgir diversas formas de juego serias, que chocan frontalmente con conceptos lúdicos como el del absurdo. En ese mismo sentido y debido a la postura privilegiada que adquiere el diseñador de juegos en este tipo de discursos, sugerimos revisar el hecho de que determinadas producciones de juegos en contextos artísticos y culturales, presentadas unas veces bajo la apariencia de posturas contrahegemónicas, otras como propuestas políticas o sociales, pueden estar funcionando en realidad como practicas que perpetúan modelos de creación poco democráticos, descendentes, tardomodernos.