Pocas prácticas estéticas nos aproximan tanto a la experiencia del viaje como aquella que nos ofrece la deriva por las historias del cine, en sus cien años de historia (à la Godard). Saliendo de una película para entrar en otra, nos sumergimos así en ese caudaloso flujo de un tiempo y un espacio construidos para nuestra mirada: aunque esta deriva pase hoy en día inevitablemente por la renuncia a la luminosa transparencia propia de la película de celuloide, y dependa por el contrario de una más bien opaca reproducción consecuencia de la proliferación del disco de vídeo digital (DVD).