«Ça a été», es la frase con la que Roland Barthes resume, en La cámara lúcida,
la esencia de la fotografía. «Eso ha existido». Ante la imagen, mi primera
reacción es constatar la existencia, en un momento dado de la historia, de
aquello que me muestra. Barthes no negaba la posibilidad de una retórica
de la imagen, a la que había dedicado uno de sus primeros textos sobre la
fotografía, pero para él, la constancia de lo real se impone por encima de las
manipulaciones del fotógrafo.
Para la teoría modernista, la conexión directa entre imagen y referente es el
elemento diferenciador respecto a otros medios visuales como la pintura o el
dibujo. Una conexión que se establece entre la imagen y un objeto en concreto,
no entre aquella y la clase a la que éste pertenece. La conclusión más inmediata
es la resistencia de la fotografía a lo simbólico; el carácter deflacionario que, en
palabras de Régis Durand (Le temps de l’image), hace que ésta se adhiera a lo
singular e impida el distanciamiento el funcionamiento simbólico demanda.
La consecuencia más directa de esta teoría de lo indicial en el ámbito
fotográfico es la promoción de aquellas poéticas que se centran en la
presentación del objeto o en las condiciones mismas de la producción de la
imagen y su estrecha relación con lo temporal. Pero otros autores, como Craig
Owens, señalan, precisamente, el uso alegórico de la fotografía como una de las
prácticas definitorias de la posmodernidad. En su Allegorical Impulse, Owens
señala este planteamiento como una de las características del arte posmoderno
y, evidentemente, como reacción a la fotografía modernista, centrada hasta
entonces en la estética del documentalismo. Mientras éste pretende significar lo
que muestra, la alegoría establece un segundo nivel de significado, en el que lo
que se muestra y lo que se pretende decir divergen.
Karen Knörr planteará en este seminario los fundamentos de su trabajo en
torno al museo y al entronque de la imagen fotográfica con las prácticas
artísticas del XVIII. La pintura de ese siglo permanece férreamente asentada
en los valores del academicismo, entendido como expresión artística de
un racionalismo que pretende imponer su espíritu ordenancista en todos
los ámbitos de la vida y el conocimiento. El afán categorizador de los
enciclopedistas llevará al intento de clasificación de las artes, al establecimiento
de los ideales pictóricos y a la creación del museo, como lugar donde las obras
de arte son depositadas y clasificadas. Knorr desarrolla su obra como reflexión
sobre estos principios y sobre el lenguaje artístico, desarrollado por el arte
clásico, y el modo en que la sociedad contemporánea se relaciona con él, en
términos muy diferentes de los planteados en su momento.
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